Buenos Aires, Argentina, Noviembre, Niño Gordo
Poppin’ Them Thangs de G-Unit retumba en el fondo, mientras la sorpresa por el inflable de un niño gordo gigante en la entrada se transforma en pura emoción al percibir la increíble energía que se respira dentro del local. Tonos rojos de diferentes matices, olor a parrilla y la fortuna de estar cara a cara en la barra de Niño Gordo hacen que mi emoción se eleve aún más.
Tatuajes, calor y profesionalismo se mueven al unísono del chef colombiano que marca a viva voz la entrada de un curry de ternera y pepino. Cuatro rockstars trabajan en conjunto para marchar el curry mientras Miguel termina detalles, emplata y decora. Mientras tanto, después de deliberar con la encargada de mesa y siguiendo su recomendación antecedida a una muy buena explicación de la carta, decido iniciar con el tataki de bife.
Al mismo tiempo que observo cómo preparan el tataki, juego y me distraigo con la locura creativa que hay frente a mí: un sinnúmero de figuras de acción, superhéroes, carritos… Pequeños detalles que me hacen sentir aún más conectado con el ambiente (además de los tatuajes y la buena vibra). Detrás de la caja registradora veo algo que dice “Libro Gordo”, y claramente pregunto de qué se trata. 341 Páginas del reflejo escrito de lo que estoy sintiendo y viendo, además de recetas, fotos, ilustraciones y hasta un comic de la mano de más de 12 artistas que colaboraron para la elaboración de este libro.
Minutos después, llega el tataki, coronado por una hermosa yema curada en mirin y soja, sobre piezas de bife cortadas a dos dedos de ancho, acompañadas de mayo de wasabi y arroz con Tsu (vinagre). ¡Boom! Explosión de sabor y texturas. El shiso (hierba aromática japonesa, similar a la menta), recién cortado, aromatiza la cremosidad de la yema y el vacuno, mientras el Tsu realza aún más la personalidad del plato.
Ya con la segunda lager por terminar, prosigo con la salchicha parrillera de calamar y cerdo. Definitivamente, una parrilla argento-asiática. La aterciopelada base de arvejas, con dejos de tamarindo, corta perfectamente la grasa de la salchicha parrillera (Menor % de materia grasa que un chorizo), mientras un mezclum de hierbas aromáticas y ciboulette aporta la frescura necesaria para equilibrar.
Para el último paso, me tomé bastante en serio el nombre del lugar y lo personifiqué a la perfección ordenando un tercer plato salado en lugar de postre. La linda costumbre de poner proteína en medio de pan brioche, sumada a una milanesa de bife de chorizo empanizada en panko y acompañada de mayonesa japonesa, lo convierte, a mi parecer, en el caballito de batalla del Gordo.
Contundencia, umami, felicidad y llenura son algunas de las palabras que inundan mi mente en este momento. De verdad, no quiero que termine.
Pido la cuenta, converso con cocina (El Chef me cuenta que lleva unos meses al frente, viajó desde Colombia en bus, trabajó en varios restaurantes de gran nombre y hoy se encuentra al mando) y mesas, doy las gracias además de felicitaciones, tomo algunas fotos y me retiro caminando hacia el hotel, fascinado por lo que acabo de vivir, por el Barrio Palermo, por los cómodos 18 grados centígrados de la noche. 35 minutos de caminata en calma, para hacer la digestión, para asimilar y para terminar de disfrutar la noche.
Un mes después de tan grato momento, la afamada lista The World’s 50 Best Restaurants los catalogó en el puesto No. 34 de la guía latinoamericana. Y, anteriormente, ya habían sido mencionados por la Guía Michelin 2024 Buenos Aires y Mendoza como uno de los restaurantes recomendados a visitar.
Ya en casa, releyendo, repasando y estudiando el “Libro Gordo” y lo vivido en Niño Gordo entiendo el porqué de su buena reputación, más allá de su comida, han trascendido y han creado cultura, inspiración y aspiracionalidad, además de respeto.
Definitivamente, Niño Gordo, Pedro Peña y German Sitz merecen cada una de las distinciones ganadas hasta el día de hoy. Espero, con mucha emoción, la próxima visita a Baires para dejarme sorprender nuevamente.
David Ariza






